26 abril 2013

Al Azar: Carretera

En esta oportunidad de ''Al Azar'' vengo con una historia que me vino a la cabeza, sobre la fe y la búsqueda de ella. Espero que la disfrutes. 


Tres prendas y un libro. En eso consistía su equipaje que reposaba a su lado dentro de la maleta vieja y rehusada que consiguió en su apresurada búsqueda antes de salir. Cuadrada y forrada de un cuero que una vez fue negro. 

''Sin mirar atrás'' se dijo. Y así fue. En el borde de la carretera, a altas hora de la madrugada, esperaba sola bajo la tenue luz de una farola que alguien o algo fuera a su rescate, que el destino, ese que muchos llamaban Dios, demostrara su existencia. Una señal, un alma piadosa, una muestra de que el bien existe y no es solo un mito. El calor del golpe sobre su ceja y en su ojo aun dolían y sangraban pero dolía aun más la humillación sufrida. Tenia ya una hora de pie y las piernas le temblaban, se preguntaba si bajo esas circunstancias lo que había cometido seguiría siendo un pecado. Nunca fue creyente pero si sabía que en  el mundo debía existir una especie de juzgado y ella esperaba tener defensa alguna. Arder en las llamas del infierno nunca le había asustando tanto como ahora. 

La carretera seguía sola y fría, ella se sentía cansada, no tanto de la corrida de tres horas sin parar que hizo, sino cansada de verdad, en todos los sentidos de la palabra. Tantas veces había considerado en darse por vencida, en acabar con esa tortura que llamaba vida, en acabar con eso ya. Se consideraba a si misma un error y nunca pensó tener nada bueno que ofrecer ni a si misma ni a nadie. En parte por las últimas palabras de su madre en sus últimos días de vida en el hospital, siendo estas: ''Si bien eres una decepción, eres mi mejor decepción''. Nada dolía más que el rechazo, bueno tal vez los golpes entremezclados con este. Decidió emprender marcha a lo que creía un bar de mala muerte que sabía quedaba a unos 40 minutos de donde estaba. Eran alrededor de las 3 a.m. y cuando pensó que no podría más vio las luces neón amarillas indicando que el local estaba atendiendo y aceleró la marcha. Cuando entró un señor gordo simpático en sus buenos días, vio de reojo su herida sangrante más no comento nada, ella pidió una habitación y pregunto si había servicio a la habitación.
-Aquí no hay esos lujos niña, pero la barra cierra en una hora. - dijo señalando una fea y desgastada barra con banquetes dispares hogar de unos tres borrachos y uno más decente. La mujer que atendía tenía unos kilos de mas y un cabello rubio descuidado sujeto a la mitad con un gancho, parecía buena. 

Subió por la escalera que le indicaron, deseando llegar rápido a la habitación. Luego de darse una ducha rápida y bien fría para desinflamar su herida, se puso un vestido verde pastel de botones hasta abajo y sin mangas con una cinta a la cintura, sus sandalias y dejó su largo pelo castaño rojizo por los hombros, suelto. Su piel blanca dramatizaba aún más la descarga de ira que le habían hecho en la cara y en el cuerpo, al notar los moretones de sus brazos se asusto un poco del recuerdo. - Debería usar un suéter  - pensó - bah, aquí nadie me conoce ni le importa igual -. Bajó y se sentó dejando un banco de distancia con el grupo de borrachos dormidos en la barra, y espero atención de la bartender que con un trapo limpiaba la barra del lado opuesto, dándole la espalda. 

- Mi nombre es Celia, - anunció, dejando ver la separación entre sus dientes incisivos, su aspecto era bastante vaquero - ¿en qué te ayudo, nena?
- Me llamo Ámber, y tengo bastante hambre - dijo. 
- Pues aquí se sirve alcohol pero te puedo dar unos trozos de ponqué y café si quieres - dijo Celia despreocupada y mirando ocasionalmente la herida sobre la ceja.
- Perfecto, eso y un vaso de agua me sentaría bien. - dijo ella con la voz queda y cansada. 

Celia le entrego su comida bastante rápido, calentándola antes en el microondas, la pregunta se le veía en su boca y no pudo controlar su salida apresurada y nerviosa. - Y a ti...¿qué te paso, nena? ¿De donde vienes? ¿Cómo es que alguien como tú, termina aquí? 

Ámber trago con susto, esa pregunta siempre le estresaba, por más que siempre intentaba pretender que todo en su vida iba bien, que su matrimonio era perfectamente feliz y su esposo cariñoso y amable. El ponqué estaba caliente e insípido así que no le molesto parar de comerlo, pero cuando intento hablar no pudo, su máscara se rompió, su mentira se perdió y su cuerpo cedió en un mar descontrolado de lágrimas que no entendía ni podía detener tampoco, sollozaba y gemía sin parar mientras flashbacks recorrían su mente una y otra vez, mientras recordaba el baño de sangre, el miedo inmediato previo al dolor, luego veía como repetidas veces Michael la golpeaba y abofetaba descargando la ira de sus fracasos en su inocente e indefensa esposa, que siempre fue tan impotente en todo. Ya llevaba tres abortos y ese era el cuarto, su marido la culpaba y golpeaba por todo y más aún por ser incapaz de mantener un niño en su vientre, el dolor no tenía límite alguno y se codeaba con la impotencia, recordaba cuando todo era un sueño y los besos eran dulces y no llenos de rencor y odio necesarios para mantener apariencias, cuando la vida parecía justa y Dios piadoso. Ámber no se había dado cuenta de que Celia la abrazaba y consolaba todo ese rato que para ella había durado 5 años ya, y recordaba todas las veces que había escapado antes, de ese infierno, él siempre la encontraba, a donde fuera que fuese, pero esta vez no podría. 
Celia salió de la barra apenas vio como la chica linda que vio al entrar horas atrás, se derrumbaba y no parecía poder escalar ese abismo en el que estaba cayendo sin darse cuenta. La abrazó e imaginó todos los posibles escenarios que ella podía haber vivido, la abrazaba y la apretaba más de lo que debería pero sentía que si no lo hacia aquella chica se desmoronaría, cayendo a pedazos, por doquier, en el piso de madera desgastado, como cúmulos de ceniza mojada. Cuando por fin Ámber recupero su cordura, y logro enjaular al monstruo del dolor que había logrado escapar en su descuido, empezó el diálogo que cambio su vida para siempre, y su visión del mundo entero. En el bar nadie se había inmutado más que el esposo de Celia que se agitó un poco pero mantuvo su posición en la recepción del hospedaje, los borrachos dormían, y el ambiente era húmedo y misterioso, solo unas luces tenues y amarillas sobre sus cabezas en el bar iluminaban el lugar, Ámber logro ver con esfuerzo unas mesas redondas todas de madera, gruesas, con sillas que combinaban, bastante hogareñas e imaginó que de día el lugar debía de verse bien, era pequeño, no más grande que una sala de casa regular. 

- ¿Te sientes mejor? - Preguntó Celia algo temerosa pero al mismo tiempo cariñosa, parece que en esas lágrimas lograron conocerse más que en días de charla. - Tienes que sacar todo eso afuera, nena. 
- Sí me siento mejor, gracias por eso enserio. - dijo.

Ambas se sentaron un una de las mesas redondas, junto a una ventana, con la luz de la luna tenue tapada por unas cuantas nubes, las iluminaba además una farola que Celia había encendido en la banqueta de la ventana.  

- No hay de que, pero me gustaría saber que tienes - respondió Celia curiosa - pero no te derrumbes nena, calma, ¿cuál era tu nombre?
- Ámber, y mi historia es larga y sin importancia, lo que debes saber es que mi suerte es inexistente y mi fe también,  se que el mundo es simplemente un expío de pecados que ni hemos cumplido ni causado, y ese Dios en los que muchos creen no es más que un justificativo o una excusa para que no veamos esta mierda tan mal. 
- Bueno, eso es intenso Ámber, la pasión con que lo crees debería darte ánimos para vivir esta mierda, como la llamas. Si me permites nena ¿puedo adivinar tu pasado?
- Claro, puedes intentarlo - respondió Ámber
- Creo que es claro que te han herido, en todos los sentidos y durante toda tu vida, todos quienes has encontrado te han golpeado con lo que sea, palabras o carne. Es claro que eres miserable y más claro aún que quieres morir, que calor nunca tienes, eres muy desgraciada Ámber - dijo una mucho más madura y vieja Celia, sabia, en su físico intentaba ocultar su edad detrás de maquillaje fuera de tono y  labial rosado intenso de quinceañera, gastado ya por el transcurso del día. 

Con los ojos aguados y la voz entrecortada, Ámber contesto, intentado retener el monstruo en su interior. 
- Es cierto, debería hacerme un favor a mi misma y simplemente matarme, que me lleve un carro o algo, el infierno me resultará acogedor.
- Es interesante que sientas que irás al infierno sabiendo lo miserable que eres, ni siquiera pena de ti misma tienes. 
- El problema es que tengo demasiada pena, cuando es mayoría el dolor que te han causado que las risas la vida es lo que es. - recordaba Ámber al tiempo, las veces que había sido feliz, las veces que había tenido todo. 
- ¿Quieres un arma? - Preguntó abruptamente Celia, en un tono muy serio y sin que le quedará nada por dentro, la gordita divertida y maternal quedo atrás para dar paso a una persona experimentada que parecía haber visto y hecho muchas cosas en su vida.
- Sí. - contesto secamente Ámber. 
- Juguemos un juego. - dijo Celia sin dudas - Ruleta rusa. 
- He escuchado de eso antes - respondió. 

Unos minutos después volvió con un revólver modelo 38, 9mm ,algo gastado en el mango y lo puso sobre la mesa. 

- Ahí esta, y aquí esta la bala. Complace tu vida por un minuto pero no dudes que existe un Dios, y te lo demostrare. Si vives o vivimos lo reconocerás, darás un vuelco a tu vida y la enderezaras, te vas a respetar, te vas a querer, te vas a aceptar, vas a dejar tus problemas atrás, vas cambiar tu nombre y tu ser. Vas a renacer. 
- Si salgo viva de esto lo prometo. Pero si existe un Dios debe estar cansado ya de mi, Celia. Él sabe que quiero esto, Él sabe que también lo quiere, una escoria menos. 
- Créeme aunque no tengas motivos. Para darle un giro al juego: un tiro, una pregunta. 
- Bien, empecemos con esto. 

Celia empezó el juego, metió la bala y entregó el arma a su colocutora. 

- ¿Primero la pregunta o el disparo? - pregunto Ámber a quien el pulso le temblaba un poco. 
- Pregunta y luego gatillo - dijo Celia.
- Bien - contestó segura - empieza.

Las interrumpió el esposo de Celia, quien atendía la recepción, Raul, diciendo - Para este tipo de actividades se necesita coraje, y entrego a cada una un vaso de shots y una botella grande de tequila y otra de vodka. - Ahora pueden empezar. Las dejo solas, -. y se fue a la parte de atrás del local, entrando a una habitación que no se veía. Ámber se dio cuenta de que no quedaba nadie ya, los borrachos se había ido y ellas no lo había notado. 

- Pregunta: ¿crees merecer el perdón divino? - dijo Celia, iniciando el juego. 
- No. - Ámber apretó el gatillo, nada paso. Dentro de ella sintió un pinchazo cerca del estómago, dolor de decepción pensó. 
Celia había preparado dos shots y ambas procedieron a tomarlos al mismo tiempo, celebrando o lamentando que la bala no salio. Ámber volvió a girar el tambor del revólver y lo entregó a Celia. 
- ¿Crees que merezco el perdón ''divino''? - preguntó
- No. - contestó Celia y apretó el gatillo, nada paso. Ámber se sintió ofendida y algo extrañada pero involuntariamente preguntó porqué.
- Eso es otra ronda, nena. - Celia repitió la rutina de shots y del revólver y preguntó - ¿Qué crees hiciste para no merecer el perdón?
- Yo asesiné a mi esposo. Creo que lo merecía más se bien que eso es un pecado. - respondió Ámber, y la muchacha que era empezó a resurgir, dejando atrás a la dura e insensible de antes. Apretó el gatillo y nada ocurrió, repitieron la rutina, Ámber agregó - en realidad no fue intencional, estábamos discutiendo, el llegó antes a casa, yo limpiaba al baño, había mucha sangre, yo...yo había perdido al bebe otra vez, él se volvió loco...- tragó saliva - sus ojos se pusieron raros y empezó a insultarme, y a golpearme, una y otra y otra vez, yo lloraba le rogaba que parará que intentaría ser mejor que cambiaría pero él seguía, yo me sentía muy mal, entonces lo empuje para que parara, pero se cayó y mal, golpeó su cabeza con el filo de la cama y entonces no se movió más, yo no sabía que hacer - lágrimas empezaron a brotar de sus ojos desesperadas - me asusté, no lo quería tocar, tome una maleta del armario, metí unas cuantas prendas y me fuí, me fuí, y corrí y corrí - ahora su llanto era descontrolado, Celia intento calmarla, y le preguntó si quería seguir, Ámber asintió, - me toca a mi preguntar ¿Crees que a pesar de todo, esa muerte es un pecado?
- Creo que Dios tiene raras formas de obrar - una vez más no paso nada, pero la tensión se hacía creciente en el ambiente, dicen que cuando juegas con fuego te quemas, y Ámber lo sentía también  y el miedo empezaba a apoderarse de ella al igual que los efectos de alcohol. 
- Yo no creo en Dios, en quien no cree no obra. - dijo Ámber - mi turno... - empezaba a dudar si la muerte era verdaderamente lo que deseaba. 
- ¿Crees que el Señor no obra en ti? ¿Crees que te ha olvidado? - le entrego el revolver, y permanecía calma y serena, segura. 
- No. Dios de mi se olvido, y en mi no ha pensado jamás. Más que para darme brazos, piernas y capacidad, soy un ser patético, en un mundo que cada vez va peor, con guerras, odio, y violencia, ¿cómo puedes creer en Dios en un mundo así? - apretó el gatillo y sintió un alivio al ver la cara de Celia aún. Repitieron el proceso.
- El mundo estando así reafirma mi fe, porque Él me respondió el porqué, me dio la solución, me dio la receta para repararlo, pero sola no puedo, necesito ayuda. Necesito fe. - dijo Celia y Ámber empezaba a dudar sobre si esa arma servía en realidad pero tenía miedo, miedo de chequear si la bala estaba ahí, miedo de que en efecto estuviese, y tener que preguntarse que demonios pasaba que luego de más de 5 intentos aún no moría, miedo de preguntarse si en realidad lo quería, o si eso era la decisión fácil, miedo de seguir luchando y seguir padeciendo. 
- Mi turno. ¿Querías a tu esposo? - preguntó la bartender que exudaba alcohol.
- Lo quise, pero luego no porque no me quería ni me valoraba, me golpeaba, me arrastraba, me hacia sufrir, me odiaba, no me dejaba vivir. Ya no quiero jugar a esto. 
- ¿Por qué? Tú haces contigo lo mismo que te hacía tu esposo y los demás, te pisoteas, te golpeas, te maltratas, no te valoras, no haces nada por el mundo ni por ti por nadie, no eres buena contigo y menos con tu prójimo, ¡¿no mereces entonces el mismo destino?!

Ámber se sentía acorralada, aprisionada, la temperatura aumentó 200 °C para ella, sudaba su frente, pero sudaba frío, la brisa que  logro entrar por la grieta en la ventada y el silbido del viento, más el sonido de la puerta golpeando y chirriando aumentaban la presión y ella sentía que perdía la razón con cada minuto que pasaba, los ojos de aquella mujer habían cambiado y su cara con ella mientras decía todo aquello que tenía perfecto sentido se transformaba, era sobrenatural. La solución ahí estaba, la muerte a ella había llegado, tal vez si había un Dios, tal vez si cumplió su destino y lo que ella quería. Todos estos pensamientos en milisegundos recorrieron su mente, y en menos de lo que pensaba sintió el frío del níquel en su sien, con el pulso nervioso apretó el gatillo, y lo último que escucho fue un distante tiro, haciendo eco y retumbando, la habitación desapareció difuminando sus colores en negro, como una gota de tinta en un vaso de agua. Un pito molesto y constante retumbaba en sus oídos, no sentía su cuerpo, no sentía nada, ni frío ni calor. No escuchaba sus pensamiento sin embargo el sonido le molestaba. Que rara era la muerte, nunca la imagino así, no encontró en ella paz, ni tranquilidad, ni alivio. Y lentamente como desapareció volvió, una luz blanca empezaba a iluminar su mente, sentía frío en los pies, ¡sentía!, no lo podía creer, aquello no se sentía como el infierno. El pito empezó a aclararse y empezaba a disiparse, ahora escuchaba una especie de murmuro, voces lejanas, su vista también volvía e intentaba mover la cabeza, veía unas dos o tres figuras humanoides, negras, sin cabello ni facciones, segundos después diferencio sus rostros, tenían ropas médicas y los tres la veían, una luz blanca intensa la volvió a encandilar en los ojos, primero en uno y luego en otro ¿alienígenas?. 

- ¿Donde estoy? - intento decir Ámber. No escuchaba su voz. Y entonces, sus oídos se aclararon y escucho una voz fuerte y segura repitiendo una y otra vez: - Señorita, señorita, ¿me escucha?, señorita, ¿qué ve aquí? - era un hombre con una linterna, el que la había encandilado antes. Un doctor. 
- ¿Donde estoy? - repitió, y esta vez si se escuchó. 
- Esta en el Hospital St. Peter, en la ciudad de New Brunswick, Pennsylvania, señorita, ¿cuál es su nombre? 
Ámber no lo podía creer. Ella vivía en Texas, lo recordaba bien, ¿qué hacía ahí? ¿qué paso en el bar? ¿fue todo aquello real?, intento sentarse para ver mejor, y se toco la cabeza buscando vendas por el disparo, rastros de sangre en su ropa lo que fuere, no encontró nada. Su vestido estaba en perfecto estado. Intento mover las piernas y todo estaba bien.
- Eh, ¡no! Quédese tranquila - Imperó el doctor. - Soy el Dr. Gabriel Benson y la voy a atender esta madrugada, fue encontrada en la carretera 287 sin conciencia cerca del río, por una señora mayor llamada Teresa. ¿Tiene sentido para usted? 
- Eh, no, yo no conozco a ninguna Teresa. ¿Qué pasa, qué tengo? ¿Qué día es hoy? - Ámber se toco la ceja y no sintió dolor, ni encontró cicatrices de herida, nada había pasado. 
- Pues yo iba a hacerle la misma pregunta. - Gabriel anotaba cosas mientras hablaba, y ella noto que era bastante apuesto, tez clara, buenas proporciones, ojos nobles, profundos y celestes, con un cabello bien atendido color marrón oscuro y contemporáneo en edad con ella. - Hoy es 27 de septiembre de 2013 y son las 04:15 a.m. ¿qué es lo último que recuerda?
Ámber temió decir la verdad, no quería que la tildaran de loca, relatar la historia de un suicidio no parecía buena idea, así que mintió con que tenía amnesia, que solo recordaba su nombre y que no sabía de donde venía.
- Lo único que se es que me llamo Ámber Fittzgerald y que no tengo como pagar estas atenciones ni donde ir. 
- Yo me encargo de eso Ámber, por ahora atenderemos tus descompensaciones. Enfermera necesitamos suero y análisis de sangre para la joven, me gustaría una tomografía también. Nos vemos en un rato linda - dijo Gabriel y se fue al cubículo del al lado a atender a un niño. 

Así fue como Ámber conoció a quien se convirtió en el amor de su vida, con quien tuvo 2 lindos hijos, una niña y un niño, con quien vivió y compartió hasta morir a los 84 años de vida. Quien la vio renacer quien la supo valorar, y quien le enseño a amarse a si misma. El que fue su instrumento para la felicidad. A quien poco después abrió su corazón y  contó todo lo que vivió, todo lo del bar y de su otro esposo. 

Misteriosamente años después Ámber visito Texas, fue a su casa que estaba abandonada, con miedo de que la inculparan en el asesinato de su ex-esposo pero con valor pregunto por él, para su sorpresa en el registro decía que había muerto de insuficiencia renal el día antes de su extraña aparición en ese hospital de Pennsylvania, el mismo día de los sucesos del bar. Bar que aún más misteriosamente fue destruido ese mismo día, 27 de Septiembre de 2013 a la 1:00 a.m. sin víctima alguna en un misterioso incendio por una fuga de gas y una chispa del destino, este se encontraba abandonado hace años, y lo único que sobrevivió fue una fea y vieja maleta de cuero gastado negro, cuadrada, con unas dos prendas dentro, un libro, y en la cara frontal una calcomanía que decía ''Faith'',que significa fe en inglés. Con algunos contactos Ámber logro tener acceso a la maleta, y se la entragaron luego de preguntarle el contenido para comprobar que efectivamente era ella la dueña. 

Como dato adicional te cuento que el título del libro fue la única respuesta errada que Ámber dio, ella recordaba que era un libro de técnicas económicas que pertenecía a su ex-esposo, que se encontraba dentro ya  y que no saco por la rapidez de su escape, pero en esa maleta, el libro que estaba se titulaba ''El perdón divino'', de un ateo muy famoso que encontró la fe entrevistando a famosos y no famosos cristianos del mundo y agrupando esas entrevista en dicho libro. Si bien Ámber nunca entendió lo ocurrido esa madrugada de Septiembre sí sabe, que Dios tiene raras formas de obrar, no sabe si lo que vivió fue auténtico, si Celia alguna vez existió, lo que si sabe es que Dios nunca la abandono, ella misma lo hizo. Y si algo le quedo claro es que las coincidencias no existen.  Y realmente nunca sabrá si fue Dios o no, si paso o no paso, es cuestión de creer o no. Como el saber qué pasa cuando metes a un gato y a un ratón en una bolsa.